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08.Rocio_Galarza

Fragmento de La estación del pantano

En el breve lapso entre el calor y la calor en que la calles puntillean de botones de jazmín y todos los otros olores son derrotados, los ánimos se vuelven plácidos, parvadas varias de pájaros se aparecen a practicar su don de lenguas por las mañanas, como si todos fueran políglotas. Por unos días, que en la eternidad que se viene son apenas un instante, es posible pensar que siempre será así, esta armonía perfecta entre el aire, las cosas y los sentidos.

Luego cualquier ilusión de que los elementos del pantano están bajo control desaparece. Despacito, al principio casi imperceptiblemente: las baldosas del patio están tibias aún en la noche, el agua se templa pero todavía refresca, no como cuando llega la mera calor.

La mera calor llega lenta pero insutil y para cuando la nombran ella ya se nombró solita, regando las calles de cuerpos asoleados. Los asoleados se mueren confiando en su cránio, y el cránio los traiciona, se detienen de pronto, se tratan de agarrar de un palo que no está ahí y se derrumban, moridos de muerte cósmica. Los ha visto.

El canal se cubre de lama verde que lo hace indistinguible de la calle y alguna gente se cae y a veces no aparece; casi siempre son visitantes, así que no importa tanto. Pero un día ve a un hombre que se parece al del primer día y lo sigue a la distancia, el hombre va rápido, parece sospechar que lo siguen, él intenta acercarse para comprobar si la mancha que le ve en la espalda es el dibujo que confirmará que es quien piensa, pero el hombre parece advertir algo, no a él, mira en otras direcciones y apresura el paso, pasa junto a una barrera de hombres junto al canal enlamado, se oye un chapoteo, él llega hasta el borde y se asoma, no lo ve por ninguna parte, apenas si hay una ondulación tersa en el canal empantanado.

Las sedes fueron

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