Fragmento de “Fauna de alcantarilla”
No era una visión: de las alcantarillas salía reptando un hombre sin ropas y con la piel escamada a cazar gatos y perros para comer. La escena duraba un instante. Luego, el hombre desaparecía. Se lo tragaban las cloacas. Volvía a salir hasta que el hambre de los suyos chillaba de nuevo.
Su mujer y sus dos hijos habían llegado con él, pero no salían, eran solo seis ojos brillantes, como los ojos de los perros, que se asomaban entre la oscuridad de debajo de las calles. El que se arriesgaba era él. Él cazaba para todos. Era certero. Sus presas no solo no conseguían escapar, sino que ni siquiera se daban cuenta de la hora en que morían porque él salía del silencio y las dormía de inmediato clavándole las uñas en la conciencia. Luego, antes de que la falta de respiración les enfriara la carne, las comía.
Tres veces al día se escuchaba el sonido de las cuatro mandíbulas triturando huesos de animales. Poco a poco, los perros iban desapareciendo de las casas y ya no se miraban gatos en los techos. Los vecinos, inquietos, le solicitaron al vigilante del barrio que detuviera al ser de las alcantarillas que estaba devorando a sus mascotas. Y el guardia lo atrapó. Lo esperó tras una sombra y, cuando salió por un perrito color canela, le echó mano y no lo dejó escapar por más que pataleó e intentó morderlo. No le costó. Lo controló como a un animal y lo entregó a los vecinos para que hicieran ellos lo que creyeran conveniente puesto que en la delegación de policía —lo sabía bien— no se encargaban de casos como esos.
A ellos se les escapó en un instante. Cuando se descuidaron, se soltó de sus manos y se regresó a la alcantarilla. Todos escucharon la celebración de su familia por el regreso, amplificada por el eco de las cloacas. Entonces se aterraron. Se sintieron invadidos, plagados. Y el vigilante, estupefacto, sugirió que se contactaran con el zoológico. Estaba seguro de que ellos se encargarían mejor de esa situación.
(En De fronteras)
Las sedes fueron
Apoyaron
Acompañaron