Fragmento de Criacuervo
El matrimonio tenía dos hijos en Berlín: Klaus y Adler Zweig. La familia
había vivido en el tercer piso de un edificio de cinco plantas en la parte obrera de Lichtenberg, un distrito al este de la capital. Los biólogos tenían pocas amistades, entre las cuales se contaba una vecina que vivía en el piso superior. Su nombre era Anna Baumann, tenía una hija llamada Cora y regentaba un almacén de alfombras importadas desde Azerbaiyán. Cora y los hermanos Zweig mantenían una estrecha amistad.
Desde temprana edad, Klaus y Cora se gustaron intensamente. Con frecuencia, Adler, el menor de los tres, los descubría besándose a escondidas en las escaleras y en una pose telenovelesca. La situación le hacía hervir la sangre y lo lastimaba en lo profundo, pero nunca se atrevió a confrontarlos. Notaba que ningún reproche podría ser legítimo. A los diez años, Adler aprendió a sufrir y a rezar, y comprendería que toda plegaria es un grito bajo el agua. De nada parecía importar que Cora y él tuvieran más cosas en común. Ambos leían con avidez la colección de fábulas que tenía Anna en el apartamento. Era, en realidad, la única actividad de la que Klaus quedaba excluido. Devoraron a Abstemius, Esopo, Lessing, Lokman, Florian, La Fointaine… ¿Qué animal crees que serías tú en una fábula?, le preguntó Cora una vez. Él dijo que una rata. Que no es que le gustaran las ratas, pero que creía que era el animal que le tocaría en suerte. Ella le dijo que con ese pelo rubio más bien sería un canario. En momentos así parecían rozar la intimidad perfecta, aunque Adler sabía que su hermano estaba siempre al acecho, listo para ganarse la risa de Cora sin el menor esfuerzo.
Las sedes fueron
Apoyaron
Acompañaron