Fragmento de “Lomos de cerdo”
Abel miraba el lomo del Ricardo sudado y tenso, como un pedazo de carne asquerosa, con una sensación de repudio que solo se comparaba con la imagen de los cerdos en el fango. Y seguían, y seguían sin parar, y cada vez más duro, y cada vez más rápido, y él sin entender; y con una curiosidad morbosa, con la boca abierta, se quedó mirando, hasta que llegó Francisco y lo empujó para ver qué era lo que pasaba. Entonces lo agarró en sus brazos y se lo llevó donde su hermana y vecina, la Martha, y le dijo que lo cuidara, que él ya regresaba, que no lo dejara salir. Pero Francisco nunca regresó, solo su mamá, la Cecilia, sudada y partida en llanto, tirándose al suelo, y gritando. Y corriendo vio salir al Ricardo en bolas, y bañado en sangre. Y sin entender bien, el veinticuatro se volvió aburrido y triste. Y su papá fue enterrado un veinticinco, el día en que había nacido Jesús de Nazaret. Y no hubo regalos, ni tiradera de pólvora a la media noche, y la gente en la comarca los miraba como raros. Y la policía llegó varias veces a la casa. Y un día supo que su papá había querido matar, de borracho, al Ricardo, y que en defensa propia este lo había terminado matando. Y la Fernanda siguió llegando a jugar con sus carritos, y Ricardo a empujarle duro la pelvis a la Cecilia, que gemía como si le doliera el alma, y cada vez más duro, y cada vez más rápido, apretando las nalgas peludas, y sudando el lomo asqueroso que solo cerdos en el fango podían equiparar el repudio que le producía, y él siguió mirando con una curiosidad morbosa, pues, ni Francisco, ni Ricardo repararon la rendija; hasta que todo terminaba con el Ricardo pujando como si tuviera adentro al diablo y la Cecilia se estiraba como si dejara salir de ella un gran tormento. Y un día, cuando estaba más grande, le dijo a la Fernanda que miraran juntos.
(En revista Casapaís)
Las sedes fueron
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Acompañaron