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Ilustración sin título

Fragmento de Criogenia de D.

ridiculizo

me gusta la orina. qué difícil y liberador decirlo. repito: me gusta la orina, de meada, de ser meado, de un miembro en posición erecta que chorree sobre mi cuerpo arrodillado y sumiso ese líquido caliente, amarillento y de olor peculiar con el cual los perros marcan sus territorios y sus liderazgos. también me gusta la meada que brota de un falo adormecido en dirección al inodoro, me excita interrumpir lo cotidiano fisiológico para transformarlo en un acto bizarro, postrarme con sed y sorpresivo y beber allí mismo, en medio del olor a desinfectante y con la espalda desnuda en contacto con la loza fría, lo que estaba destinado a la cloaca. me sacia la sujeción al macho por la reverencia a su excremento. anularme ante el otro es experiencia orgásmica superior y que nunca tuve. tuve, pero no con mis maridos. tuve, archivé. olvidé. fue una traición. a mí. ¿cómo pude privarme de tamaña sensación y por tanto tiempo? ¿por decoro? ¿miedo? ¿vergüenza? ¿por qué me casé con cinco maridos sin que ninguno de ellos probara gustar de tal práctica, sin tener yo la apertura para sondearlos, pedirles, implorarles? ¿por qué no busqué quien me completara en vez de solo formatearme a los que aparecían y cumplían con algunos prerrequisitos? ¿por miedo a quedarme sola? una vez más me vino esto a la mente, aflora y me angustia. ¿por un sentimiento extraño de inferioridad social y fracaso a no formar una pareja? mi deseo por orina y por hombres que sienten placer en proporcionarme un baño dorado no es una desviación, desviación fue mi insistencia en no ser yo mismo para tener a los otros; otros incompletos en mi falta de completitud.

Las sedes fueron

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