Fragmento de Austral
Nunca antes ha estado en el desierto, pero a menudo los ha imaginado.
Por eso cada vez que mira la postal que ahora tiene entre manos, su primer instinto es ver allí un retrato de la llanura árida. Poco importa que la fotografía esté en blanco y negro. Él imagina las tonalidades de la arena, la atmósfera de tedio, la sensación de vacío. En la imagen no parece haber nadie, apenas una decena de líneas rigurosamente dispuestas que de pronto él convierte en las calles solitarias de un antiguo pueblo minero. Ve los montículos blancos que aparecen sobre los bordes de la postal y se dice que son nubes. Pero entonces empieza a dudar.
En una segunda mirada las manchas blancas pierden su ligereza y comienzan a parecer colinas de sal. Sin más, la llanura se convierte en enorme salar. Las líneas trazadas sobre la planicie señalan los caminos por los cuales solían transitar los vagones llenos de salitre de esa fábrica deshabitada que le recuerda, en un último vuelo de fantasía, a la rugosa superficie lunar, con sus cráteres y sus valles, con sus geometrías arcaicas. Solo en ese momento, cuando la imaginación llega al límite, se dice lo que sabe: que se trata de la fotografía de un simple vidrio sucio y que allí donde recién creyó encontrar la superficie del desierto, del salar o de la luna no hay más que polvo.
La primera vez que vio la postal recordó un reportaje que había visto hacía unos meses. Un documental sobre el turismo contemporáneo al que había llegado por error, pero entre cuyas últimas imágenes quedó cautivado. En esa secuencia final, mientras una voz en off narraba su historia, un dron retrataba desde el cielo el paisaje que traza sobre la planicie dorada el cementerio de trenes de Uyuni. La cámara atravesaba lentamente la llanura hasta que se veían emerger las ruinas de lo que una vez fue la primera línea del ferrocarril boliviano. Cuatro mil esqueletos de locomotoras abandonadas que remiten a un pasado glorioso, pero que hoy se acumulan oxidadas sobre el altiplano como chatarra prisionera del viento seco. Moviéndose entre aquella monumental escombrera, como hormigas sobre la arena, se podían distinguir los contornos de los cientos de turistas que cada día visitan el lugar. La cámara captaba la escena del peregrinaje, hasta que prosiguiendo su camino dejaba el cementerio atrás.
Ahora es él quien está en el desierto pero sigue mirando la misma postal. Tirado en la cama, de espaldas a la noche, gira la tarjeta. El nombre de la pieza y su autor, Elevage de poussière, Man Ray, 1920, aparecen tachados con una fina línea roja. En su lugar ella ha escrito: Humahuaca, Argentina. Un gesto sencillo que transforma la obra. Y él piensa que es raro imaginar paisajes cuando finalmente se les tiene de frente.
Las sedes fueron
Apoyaron
Acompañaron