Fragmento de Geografía de la lengua
Digas lo que digas, tu viaje se torció cuando me viste, y capté el momento preciso en que yo te recordé a otra persona, de otro tiempo, y en un remoto lugar. ¿Somos el recuerdo de alguien que hemos olvidado? Avanzabas dibujando con tu andar pausado una curva o una elipse sobre las baldosas, y no una curva o una elipse para alejarte de mí, sino una curva para rodearme. De lo contrario nunca nos habríamos encontrado, porque tú te ibas a apartar como quien se desplaza de un punto a otro, como quien espera un vuelo de conexión y pasa por el aeropuerto de una ciudad que pisa, pero no conoce, ¿o tú dirías que conociste Dallas? Yo no habría podido alcanzarte. Tú no te has desviado porque toda línea curva existe con respecto a un plano, y nosotros nos movemos según dos planos distintos, y porque a fin de cuentas solo existe el hecho de que tú me has mirado y que yo he interceptado esa mirada. En un principio esa línea era relativa y compleja, ni curva ni recta sino un punto que se resumió en un beso en la boca.
Me quedé un minuto o dos sin decir nada. Intercambiamos datos y coordenadas y partimos rumbo a nuestros casi opuestos destinos.
Alex me espera todas las noches, todas mis tardes, al otro lado de la pantalla. Así, entre líneas, sorteamos la distancia y la espera. Cada uno escribe en su idioma, mezclamos términos, desarrollamos una lengua artificial y artificiosa. Hacemos estallar la letra en el monitor blanco y titilante del computador. A veces escribe mensajes en su lengua, extensos, articulados. Yo consulto el diccionario. Otras veces son en español, breves y fragmentados. Alex escribe prolijamente, sin faltas de ortografía, con imágenes. Dice: “extraño lo que no hicimos”. Insiste: “guardo la fantasía de juntarnos en alguna parte, aunque parece poco factible”. Repite: “extraño lo que no hicimos; todo es un círculo, eventualmente vamos a coincidir”. Desde aquí te pienso y te escribo sentado frente al computador, un ojo sin párpado que transmite emociones. Pero hoy me fijé. Allí estaba yo, allí estabas tú, estábamos los dos. La línea más delgada que dibuja esta ficticia mesa de encuentro. Te escribo y las palabras se despeñan por un precipicio, no logran fijarse en el cielo. En cambio, tú que escribes desde el Norte dejas caer tus palabras con velocidad. Escribo en posición invertida y las ideas se fugan de mi cabeza.
Alex después del Sur, antes del Norte. Alex a la izquierda, Alex a la derecha. ¿Cuánto más al Sur podemos llegar? Sin caernos del continente, sin despeñarnos por el abismo. No se huye del Sur. Te giras y hay una muralla de hielo.
Las sedes fueron
Apoyaron
Acompañaron